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Teatro

Fábula de un Chamaco

Argos Teatro repone la obra escrita por una de las voces jóvenes más llamativas de la dramaturgia nacional contemporánea

Por ROXANA RODRÍGUEZ
cultura@bohemia.co.cu
Fotos: IVÁN ORIOL

(22 de junio de 2007)

Apenas ha transcurrido un año desde que en 2006 el grupo Argos Teatro, liderado por Carlos Celdrán, estrenara Chamaco, del joven dramaturgo Abel González Melo. En aquel entonces el noveno piso del Teatro Nacional era el escenario habitual de los argonautas. Ahora, en su nueva sede de Ayestarán y 20 de Mayo, en el municipio habanero del Cerro, el colectivo retoma la pieza con sutiles transformaciones y síntesis en la estructura dramática.

El texto, que forma parte de la trilogía Fugas de Invierno, recrea La Habana nocturna de hoy mismo. Esa ciudad que no cabe en las fotos de una postal o en los anuncios publicitarios, cobra vida a través de un discurso contemporáneo que fluctúa entre la fuerza de lo cotidiano y una dimensión poética alejada de lo populachero y que recuerda el lenguaje de autores franceses como Bernard-Marie Koltés (Roberto Zucco) y Michel Azama (Vida y muerte de Pier Paolo Pasolini), obras llevadas a escena en los últimos años por Celdrán junto a esta agrupación.

En nochebuena, un joven es asesinado en el Parque Central durante una riña y aunque se conoce la identidad del homicida y cómo ocurrió el crimen desde la segunda escena, el espectador se siente incapaz de sustraerse de la trama a lo largo de toda la representación.

Sigue paso a paso la cadena de sucesos y no pierde de vista el modo en que cada uno de los personajes va exteriorizando sus motivaciones, complejidades y contradicciones, en una historia contada en una secuencia no lineal y que se inscriben en el ámbito de la ficción policíaca.

Como otros reconocidos escritores dramáticos cubanos, la obra de González Melo centra sus bases en la familia, pero anda un poco más lejos y aborda al unísono un melodrama que va desde los conflictos generacionales hasta los sexuales, pasando por una intriga policial.

En sentido general, es una propuesta escénica muy bien dirigida, constatada en el meritorio desempeño actoral, salvo contadas excepciones nada alarmantes. Al joven Javier Fano se le nota muy seguro en el protagónico y resulta apreciable la búsqueda en la creación de su rol de Kárel Darín, el chamaco. Sin embargo, no corre la misma suerte Yasmany Guerrero, en su Miguel Depás (el joven asesinado), quien no logra despojarse de tensiones durante toda la obra y en ocasiones, atropella los textos.

Maestría y dominio del oficio exhibe el actor y director escénico Pancho García en el Felipe Alejo, el tío histérico y "sobreprotector" de Kárel Darín, cuyas secretas intenciones hacia el muchacho lo hacen moverse desde el patetismo al humor sin grandilocuencias.

Asimismo, Fernando Hechavarría, que hace muy poco se le vio en el clásico del teatro francés, Fedra, se le nota superior a la actuación del estreno del año pasado y en la actual puesta muestra una gran intensidad y diversos matices en la caracterización del abogado Alejandro Depás (padre de la víctima).

A pesar de los limitados elementos escenográficos, el público logra "visualizar" o mejor, imaginar las variadas locaciones donde se desarrolla la trama. El parque, la calle, las diferencias entre las casas de la familia Depás y la del tío del chamaco son percibidas con claridad, precisamente porque Celdrán enfatiza en la naturaleza dramática de cada uno de los personajes, profundiza en ella y no se deja llevar por superfluidades.

Quien sale del teatro tras presenciar Chamaco, lleva a casa un dulce sabor amargo. Más allá de lo conmovedor de este relato que sacude conciencias y pone de relieve las infelicidades e insatisfacciones de algunos, es una voz de alerta hacia aquellos comportamientos que también pudieran lacerarnos.

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