Entrevista del crítico y dramaturgo Amado del Pino a Carlos Celdrán, tomada de la revista Revolución y Cultura

 No.3     julio-agosto-septiembre 2004


 

DIRIGIR ES UN ESTADO DE DIÁLOGO
Amado del Pino



En veinticinco años de intercambio y cercanía he almorzado una sola vez con Carlos Celdrán. No recuerdo siquiera su rostro inteligente y tímido frente a mi adorada bandeja en el comedor del verde Cubanacán de los días estudiantiles. Me he quedado con su imagen en esa tarde de compañía y anécdotas. Carlos, recién cumplidos los cuarenta, se sigue riendo en tono menor, sentándose con sobriedad. Pero qué manera de moverse cómodo dentro de su cultura, su consagración sin pedantería al destino de las tablas. Estamos ante un caso de la entrega como goce, de la pasión y el oficio estableciendo un raro equilibrio entre imagen pública y destino íntimo. Cuando nos contó sobre Meryl Streep interpretando La Gaviota en Nueva York, sus brazos -imitando el gesto amplio- estaban repletos de auténtica, esencial teatralidad. Se acababa de estrenar Vida y muerte de Pier Paolo Pasolini, para la gran mayoría de los especialistas el suceso más impactante, al menos, de las últimas dos temporadas. Celdrán estaba contento antes del almuerzo, pero oía con la misma atención con la que ha sabido atender críticas o aceptar discrepancias.


-ERES TEATRÓLOGO Y DRAMATURGO DE FORMACIÓN. VARIAS VECES HE MENCIONADO TU OBRA DE GRADUACIÓN A PARTIR DE LA FIGURA DE RUBÉN MARTÍNEZ VILLENA. ¿CÓMO VES EN LA DISTANCIA AQUEL TEXTO Y EN GENERAL LA TENDENCIA DE ESE MOMENTO A ESCRIBIR OBRAS SOBRE NUESTROS GRANDES POETAS? ¿POR CUÁLES ETAPAS TRANSITA EL VIAJE DEL JOVEN CRÍTICO Y AUTOR AL SÓLIDO DIRECTOR DE ESCENA EN QUE TE HAS CONVERTIDO?


-Hace muchos años que no he vuelto a leer aquella obra con la que me gradué de dramaturgia en el ISA. Te parecerá raro y hasta negligente de mi parte, pero ni siquiera conservo una copia de esa obra, la última localizable de la que tengo noticia estaba en la biblioteca del ISA, no sé si continuará allí. Una vez que comencé a trabajar en el teatro de un modo práctico, la deseché, fue una negación muy orgánica. Fue escrita cuando no tenía idea de lo que en realidad era el teatro. No dudo que tuviera intuiciones y hasta soluciones de espacio y de lenguaje curiosas e interesantes, pero estaba hecha sin pensar en el actor, sin tenerlo en cuenta, un exceso de palabras y de exposición de ideas impuestas sobre una estructura sólo exteriormente dramática. Cuando me di cuenta de eso, sentí tanta vergüenza por lo que había escrito que huí de ella. No quise ni siquiera intentar arreglarla. Para mí no era cosa de arreglo o de poda, era algo esencial que estaba mal planteado. Sencillamente murió como había muerto mi inocencia con respecto al teatro.
Tratar de encontrar las razones a la tendencia de escribir sobre poetas cubanos en ese momento puede llevarnos muy lejos. En cada autor debió de haber sido un proceso de elección y de acercamiento personal. Visto como fenómeno colectivo, quizás sirva para especular sobre el deseo y la crisis constante, y todavía actual, de los que escriben para el teatro, de encontrar héroes para el presente de la sociedad en que vivimos, que sirvan de analogía o paradigma a las muchas contradicciones que tenemos y que cuesta muchísimo trabajo reflejar o encarnar en una persona común o cercana. Un poeta permite elaborar un discurso de ideas, de reflexiones, adentrarnos en esencias que permanecen constantes; un poeta da, y daba en esos años, ciertas posibilidades de comunicación a otro nivel de cuestionamiento, carentes en el panorama teatral de entonces, una comunicación critica y analógica, densa y cómplice al mismo tiempo. Es el caso del Milanés, de Abelardo Estorino, o del Zenea, de Abilio Estévez. Mi acercamiento a la figura de Villena no estaría ni remotamente cercana al nivel y logro de estos autores. Padecía el mismo síntoma de los otros de buscar una máscara para transferir experiencias, pero sin precisión ni certezas técnicas a mi favor. Villena fue una especie de pasión juvenil sobre la que superpuse una visión romántica que lastró aún más la construcción de un texto dramático sobre él.
Cuando entré al ISA quería ser escritor, era mi vocación. Como muchos, escribía desde muy temprano. En la escuela fui descubriendo otro mundo, otras reglas prácticas. Se abrieron entonces otras necesidades en mí. Nunca me propuse ser director, nadie sueña con serlo, al menos en un principio. Cuando empezamos ya en la escuela a preparar cosas, improvisaciones, escenas, o cuando más tarde, ya en el Buendía, teníamos que elaborar ideas prácticas y presentarlas a la dirección, siempre terminaba en la posición del que daba la última palabra. Al final me ponían al frente, o quizás era mi tenacidad de imponer mi criterio lo que hacía que acabara tomando algunas decisiones. Fue algo que no pude evadir, algo que tiene que ver con mi carácter, no me conformo hasta que no veo que lo que pienso está claramente definido y prevalece. Después de algunos años de ser asistente de dirección, de ver dirigir a Flora Lauten, de trabajar entre los actores, cerca de ellos, ayudándolos, dialogando con ellos, construyendo con ellos las pautas, tuve claro que mi lugar era el que de algún modo me había ganado al lado de ellos. Nadie me dijo: sé director, o ven y dirige porque sí. Fueron los actores los que me pusieron poco a poco allí, los que me obligaron a estar allí, los que me pedían colaboración y me forzaron a entenderlos por dentro, a aprender qué era lo mejor para ellos y cómo se hacía lo que era mejor. Fueron ellos los que me obligaron a aprender el oficio de ayudarlos, a meterme dentro de una técnica que me alejó de la soledad del escritor y me obligó a estudiar, tener paciencia y ser una persona capaz de pararme frente a ellos y ser respetada y considerada por lo que hacía. A lo que más le temo es al desprecio y a la apatía de un actor, a lo que más le temo es a ser incompetente en un ensayo con actores. Es terrible no estar preparado y sentir el desprecio de un actor. Cuando estás listo te lo dan todo y es una comunicación que te colma tanto, que ni el éxito o el fracaso hacen que te canses de buscarla. Es una especie de amor, simplemente. Ser director de teatro es muchas cosas, pero la más importante es la de ser el que guía y organiza un proceso, el que dirige la mirada de todos hacia la esencia de cada parte del proceso, la esencia de una escena, de un texto, de un personaje, de una acción. Es un trabajo en su mayor parte invisible, hablo de la parte más importante. El trabajo de un director no está al alcance de todos ni es medible a simple vista; es un estado de diálogo, una intensidad y un clima de comunicación y de penetración de las cosas. Sólo ocurre entre los actores y tú. Lo que después se ve es un resultado que da ciertos indicios al público de lo que ocurrió, pero es ya un resultado, tu trabajo real es un ejercicio de humildad que nunca será visto del todo.


-TE VINCULAS A BUENDÍA DESDE LAS AULAS DEL ISA. ¿POR QUÉ TE INCLINAS HACIA EL GRUPO DE FLORA? ¿QUÉ FACTORES ARTÍSTICOS O DE OTRO TIPO TE LLEVAN A FUNDAR TU PROPIO COLECTIVO? ¿QUÉ SALDO TE DEJA LA EXPERIENCIA EN BUENDÍA?


-No me vinculo a Buendía en el ISA, pues este como colectivo vino más tarde. Me vinculo en el ISA a Flora, a lo que ocurría a puerta abierta en su aula, en sus clases. Ella convulsionó la Facultad con un método de trabajo donde todos los alumnos podían participar del proceso de creación. Flora era quizás la única de todo el profesorado que estaba interesada en este tipo de diálogo multidisciplinario, lo necesitaba como algo orgánico; creía en esta integración de todos y en el intercambio colectivo como principio pedagógico. Su clase fue desde entonces un lugar de encuentro con el teatro artesanal, con el teatro posible que se construye y no solo se piensa o se discute en un aula, o dentro de una clase de actuación. Fue un taller que provocó pasión y una cultura teatral dentro de un recinto académico. De este clima de trabajo nació posteriormente el Buendía, al cual de un modo orgánico me integré cuando Flora me llamó a su lado como asistente.
Después de diez años de trabajo consecutivo con este grupo es muy difícil hablar sobre el saldo en concreto. Fue una parte de mi vida, la de la primera juventud y la del aprendizaje y del oficio del teatro, donde hasta hoy me empeño en continuar pese a todo. Ese puede ser quizás el saldo mayor: seguir apostando por un teatro de todos, que comprometa a cada uno de sus miembros en el empeño, que no cese de dialogar con los que vienen detrás y necesitan referentes y formación, un teatro como aquel que aprendí a respetar en la escuela y que fue el germen y la razón de vida de este grupo.
En el año 1996, y con el estreno de La Tríada, se funda Argos Teatro. Tras años de trabajo y de dirigir espectáculos dentro del Buendía, había acumulado, como es lógico, una serie de ideas acerca de lo quería hacer. Llegué a un punto en que esta visión que buscaba difería de las que el grupo priorizaba, y la idea de salirme y de hacer mi propio proyecto se hizo clara. ¿Cuáles eran estas ideas? Algunas muy sencillas pero que me ha llevado años materializar. Un teatro que equilibre la palabra y el trabajo físico del actor, en un balance capaz de hacer que éste pueda encarnar todo tipo de textos, rescatando para el público una imagen real y posible en su comportamiento escénico. No un actor sólo preocupado por lo psicológico o pendiente de un naturalismo impensable ahora mismo, u otro atento solo a los rituales extraverbales del cuerpo y la voz. Un actor para un tipo de teatro que evadiera la dicotomía entre teatro de la imagen o realista, teatro de la palabra o del cuerpo, para buscar otro centrado en la historia y en la necesidad de contarla con todos sus porqués y el develamiento nítido de los comportamientos de sus personajes. Una escena transparente donde el actor pueda fundir su biografía personal y social, con la biografía de los personajes que encarna dentro de la ilusión y la síntesis de realidad necesarias para abrir un diálogo frontal con la contemporaneidad.
Ha sido duro aunar esto, decantar estilos y entrenamientos, y lo que es más difícil: reaprender lo sabido, descongestionarme de tanta información y tantos conceptos adquiridos de otros y abrirme a nuevos paradigmas, dejar de lado lo que crees que sabes, y estudiar y equivocarte para tocar el terreno movedizo donde intuyes que quieres moverte: un teatro sin artificios, cercano y límpido, emocional pero que no renuncie ni a la palabra ni a las ideas ni a la visualidad; un teatro que me ayude a explicar desde la sencillez mi realidad más minuciosa.


-ADEMÁS DEL LARGO Y FECUNDO DIÁLOGO CON FLORA, ¿QUÉ HUELLAS HAN DEJADO EN TU OBRA OTROS GRANDES CREADORES NUESTROS COMO VICENTE REVUELTA Y ROBERTO BLANCO?


-Vicente es una frontera y un territorio, un país del teatro en Cuba. Roberto es otro país bien distinto. Las tierras de ambos lindan pero la frontera está muy marcada, muy definida para los que viajamos por el país del teatro cubano. Ir a alguno de esos dos países implica saber el idioma y los términos que allí funcionan. Esos dos países existen y cada uno de nosotros tiene ante ellos una reacción particular que define de algún modo tu trabajo. El país de Vicente, que es vasto, caótico y desigual en sus resultados, ha ejercido una política exterior muy decisiva con términos teatrales como verdad, organicidad, transferencia entre la vida, la sicología y el arte del actor; una mezcla o fusión, para verlo musicalmente, donde uno no sabe dónde comienza la interpretación y dónde la persona; dónde la técnica o dónde la intuición. El país de Vicente es el país del actor, pero un actor que él no deja de demoler y cuestionar, de atacar en su artificios y convenciones. Es un país regido por un gurú, a quien le gusta leer el teatro como un acto de vida, como una improvisación que te expone desnudo a sus ojos, no le importa lo bello o lo bien facturado que esté hecho lo que haces. Él siempre te mirará a los ojos y supondrá si es mentira o verdad lo que dices y haces allá arriba. La fuerza de esta diatriba constante de Vicente contra el medio teatral en Cuba ha ido tan lejos que es, creo yo, su mejor obra y su más perdurable legado. Ni sus puestas ni el método que fue incapaz de transmitir son ya importantes de un modo activo, sino esta inconformidad, esta mirada espeluznante sobre lo poco que somos y las mentiras que nos fabricamos. Y sobre todo, su colosal aburrimiento por la mediocridad reinante. Él es un vacío activo, un agujero negro donde nos aplastamos al final. Trabajé con él cuando era estudiante, di talleres con él y luego hui lejos de su diálogo y de su fuerza en blanco. El no construía, demolía, hacia tabla rasa y yo necesitaba una artesanía para defenderme. Su influencia no estará sólo en mí, sino en todos los que mentimos.
El país de Roberto, en cambio, es el de la forma, el del resultado, el de la puesta en escena elaborada y cerrada, el país del director que usa a los actores como parte de su exposición. El terreno de Roberto es la puesta ante el público; el de Vicente es el laboratorio sin fin lejos de la audiencia. El de Roberto es un país ante el cual he tenido muchas reacciones disímiles que me han influenciado en la medida que he reaccionado a él. Sus más bellos momentos, los que pude ver, te alertan de su capacidad para construir soluciones y desplegar la fuerza del teatro total. Su mayor debilidad estaba en pasar por encima de la capacidad de los actores de hacer esto creíble. Creo que se propuso hacer lo que soñaba pese a todo y eso tuvo su precio. Su contrapunto con Vicente completa una ecuación que todos los que hacemos teatro aquí tenemos que despejar.


-TE HA CARACTERIZADO LA PASIÓN POR LOS GRANDES TEXTOS. HACIENDO UN RÁPIDO RECORRIDO, ¿PODRÍAS ENUMERAR LAS CAUSAS DE LA FASCINACIÓN O, AL MENOS, LA CURIOSIDAD QUE TE LLEVÓ A BRECHT, CALDERÓN, STRINDBERG , KOLTÉS O AZAMA?


-Ya lo he dicho otras veces. No voy tras los grandes textos de esta u otra tradición por su valor en sí. Trato de hallar historias que tengan relación y un particular sentido con el momento que vivo y con las circunstancias y composición de mi grupo en ese momento. De ahí el caos aparente que muestra mi repertorio, la unidad no habría que buscarla en la poética o estilo del grupo, sino en esa conexión con una historia posible que nos servirá para dar una imagen del presente. Lo que me interesa, más que los textos, es la realidad y las paradojas que entraña reflejarla, entenderla en escena. No tengo, entonces, ningún prejuicio en elegir cualquier tipo de escritura. Con cada uno de los autores que hemos trabajado, la operación ha sido la misma, procesarlos hasta dar con la conexión que nos permita hablar de nosotros mismos. Enfatizo la palabra procesarlos y no «versionarlos», término que desecho por mecánico. Un proceso implica hallar a través del trabajo las relaciones profundas entre la obra y la temperatura del presente. No me interesa un Brecht «versionado» para que parezca cubano exteriormente, tampoco me interesa trabajar sobre lo cubano como resultado prefijado, trabajamos con las contradicciones del hoy, con las oposiciones y dilemas del presente que de un modo u otro están en esos textos y podemos enfatizarlos y revelarlos por muchos medios. Lo cubano esta ahí, en la actualidad del debate y en las contradicciones esenciales que toca y expone la historia que enfatizamos dentro del texto. Lo cubano para mí es vasto, algo esencial que tiene que ver con dilemas y paradojas, no una cárcel ni un tipo de comportamiento, ni siquiera un tipo de historias o de lenguaje. Esto de lo cubano es un terreno que cada vez se amplía más y que me permite dialogar con tantas fuentes e historias como me sea útil. En última instancia, no estoy interesado en un reflejo de la realidad determinado, sino en una reflexión sobre ella, en una meditación sobre su proceder. Mi fascinación, o la curiosidad que me ha llevado a tantos autores, ha sido esa: la capacidad que tiene una historia de ser procesada para a través de su montaje interno de contradicciones entrar de lleno en el asunto que a todos nos interesa tanto: la mecánica de la realidad.


-CUANDO SE ESTRENÓ EL ALMA BUENA DE SE CHUÁN , TITULÉ LA RESEÑA EN EL NOVENO PISO SE DESNUDAN LAS ALMAS. ESA VOCACIÓN POR LO ESENCIAL, POR DESNUDAR A LA ESCENA DE LO SUPERFLUO PARECE ACENTUARSE EN LA ESTÉTICA DE ARGOS TEATRO. EN EL ROTUNDO ÉXITO DE VIDA Y MUERTE DE PIER PAOLO PASOLINI LA SOBRIEDAD JUEGA UN IMPORTANTE PAPEL. ¿PIENSAS SEGUIR AHONDANDO EN ESA DESNUDEZ O VES COMO VARIANTE POSIBLE UNA PUESTA EN ESCENA CON MAYOR USO DE ELEMENTOS Y APARATAJE TEATRAL? ¿EN QUÉ MEDIDA LAS CONDICIONES DEL NOVENO PISO DEL TEATRO NACIONAL INFLUYEN EN EL SELLO PERSONAL QUE HAS LOGRADO CON ARGOS TEATRO?


-La sobriedad o la sencillez de la que hablas fue durante estos últimos años una terapia con la que me he estado sanando del trascendentalismo con que operaba anteriormente, donde la imagen y lo teatral debían ser expuestos por delante de cualquier otra cosa. Esa permanente obsesión de embellecer o de golpear al espectador con el efecto de una solución escénica, una obsesión retórica por construir un lenguaje y un estilo a toda costa. Algo que me empezó a parecer provinciano e inútil, una especie de círculo cerrado donde me veía preocupado hasta el cansancio por la construcción de un discurso, por la trascendencia de mi empeño. Desde entonces estoy convencido de que no tengo que defender nada en el teatro que no sea la historia y el compromiso final con ella. Además, yo no estoy presionado por vender o legitimar un sello de marca con el cual ser fácilmente reconocible. No me interesa defender este tipo de cosas en el teatro. Tampoco confundir la estética o el estilo de un espectáculo, con la ideología o la ética o con la forma de ser percibido como de vanguardia o académico por los demás, sea por la crítica o por la élite diletante que tanto daño suele hacer en esto.
Todas esas confusiones me habían llevado lejos de mí mismo y de mi real vocación de trabajar con la experiencia de una historia y su artesanía. Cada argumento debería llevar una visualidad y una visión de conjunto propias. Sería lo ideal. He estado insistiendo en salirme de esa estrategia, de esa cárcel, de ese patrón. No sé ahora por dónde ando ya en esto, ni si la supuesta sencillez, con la que, como dices, he tenido resultados favorables, se habrá convertido en un sello de marca que impongo reiteradamente. Puede ser. Lo que sí tengo claro es que esta asepsia con la que últimamente he salido a la palestra, es una reacción a la desmesura y a cierta zona vacía y pretenciosa que me rodea en el medio. Tal vez mañana mismo cambie algunas cosas, desenfoque un poco esta mirada que busco y nuble lo que hago, lo distorsione, lo enrarezca. Estoy seguro de que esta vez, si lo hago, será porque es algo que saldrá del núcleo de lo que estemos haciendo.
El noveno piso ha sido y es el territorio donde toda esta exploración ha tenido lugar. Para mí es como una plaza, ya lo he dicho en otra ocasión, una gran plaza, un foro, un lugar de amplio debate. Al llegar allí, salí de espacios estrechos, de teatros minúsculos, óptimos para el ritual y la cita entre adeptos de una misma comunión. El noveno piso guardaba algo de ello, un lugar alternativo y difícil de elegir visitar para gente sin necesidades de buscar algo en el teatro; un sitio sin comodidades extras, para ir por vocación y no por el hábito y la norma, pero a la vez un espacio que nos obligó a abrir nuestras propuestas a una dimensión donde lo ritual, lo cerrado, lo sobreentendido, perecían. Al coser mis obras a la dimensión llana y abierta de este espacio tan especial, la visión del foro múltiple, de la arena, tomaron las riendas de lo que hacía.

-¿QUÉ LUGAR LE CONFIERES A LA DIRECCIÓN DE ACTORES? ¿PODRÍAS CONTAR ALGO SOBRE EL PROCESO DE DOS MOMENTOS EJEMPLARES: EL TRABAJO CON ZULEMA CLARES EN EL ALMA BUENA... Y LA CREACIÓN DE PASOLINI EN LA PIEL DE ALEXIS DÍAS DE VILLEGAS?


-Es un lugar común decir que para uno lo más importante del teatro es el actor. Todos lo decimos aunque cada quien conciba el problema a su modo y según sus reglas aprendidas. ¿Habrá un modelo constante para medir un actor, una regla de oro para valorar qué es lo preciso y lo justo en el trabajo de un actor? A veces creo que sí existe y que es posible buscarla: ese balance entre tantas referencias que produzcan un actor acorde con su momento, a la altura de la información y el termómetro de su momento. Habría que aspirar a esa utopía, a esa cualidad indefinible teóricamente. No me siento cómodo con actores superespecializados en ciertas cosas y cerrados a otras; tampoco con un actor que le dé lo mismo dónde lo meten y capaz de justificar camaleónicamente cualquier propuesta. Creo en cierta connivencia de técnicas y de experiencias que destilen un actor con un comportamiento escénico reconocible y restaurado. Yo en lo personal trato de no desfigurar el rostro del actor, de no empañar demasiado su rostro con la máscara de un entrenamiento o de una teatralidad excesiva. Ese rostro limpio del actor, que es el del publico también, debe fundirse con la biografía y las situaciones del personaje hasta producir que Shente, hecho por Zulema Clares, por ejemplo, sea algo intransferible, proveniente de zonas biográficas palpables por todos. La pregunta entonces sería, ¿no se repetirán, de este modo, los recursos de ese actor en otros trabajos? Como todo en teatro, puede pasar que uno se repita o se estanque o se equivoque, pero la ba-talla siempre sería de la misma índole, hallar una nueva limpieza.
La Shente-Shuita, de Zulema nació del ejercicio de apropiarnos de Brecht, de romper amablemente los recursos del teatro brechtiano para descargar sobre este expediente, que era su protagonista, una nueva vitalidad. Zulema partió de la biografía de una ciudad como La Habana de fin de siglo y de milenio para conformar la urdimbre de sus argumen-tos y de sus sentimientos en la lucha por sobrevivir. La bondad y la maldad de Shente-Shuita estaban referenciadas a un nivel tan particular en su cuerpo y en su corazón, que la hizo superar los obstáculos técnicos que todo esto implicaba, y darle al publico un comportamiento reconocible y proble-matizador.
El Pasolini, de Alexis Díaz de Villegas, es para mí un trabajo de síntesis. El ha sido un actor que ha transitado por distintas técnicas, es un cuerpo que ha aprendido y ha sabido milagrosamente desaprender. Se trata de un intérprete que puede, ahora mismo, fundir y decantar cosas con el olfato infalible que lo ha hecho saber viajar por muchas partes, sin estancarse o atrincherarse en lo sabido. En su Pasolini son muy visibles las huellas de todo este viaje que ha vivido en el teatro, pero fundidas, esta vez, en un sólo canal abierto hacia el núcleo pasional de su papel. Todas las técnicas enfiladas a crear un comportamiento verosímil y a la vez raigal, ritual de su rol. Con Alexis puedes, como director, hablar muchos lenguajes. También con Zulema. Puedes entrar por
la sicología, los vericuetos de la psiquis del personaje posible, o por el estudio detallado de una acción, de un gesto; puedes empezar desde adentro o planteártelo desde afuera. Al final, ellos arribarán a una pauta tan exacta que sabrá, como dicen los maestros y casi nunca vemos cumplirse, evaporarse en el último minuto frente al público para dejar ver lo que deseamos ver cuando vamos al teatro. El Pasolini de Alexis es un bello homenaje al Pasolini real y a lo que él representa, ese intelectual que no cesó de luchar como un cruzado por lo que quería y pensaba, y al que tanto nos parecemos todos, aunque la mayoría de las veces bajemos sabiamente la cabeza.


-HACE POCO PARTICIPASTE DE UN DEBATE SOBRE LA DINÁMICA, SIEMPRE COMPLICADA, ENTRE LA MÁS RECIENTE DRAMATURGIA CUBANA Y SU PUESTA EN ESCENA. ME CONSTA QUE TE MANTIENES AL TANTO DE LOS NUEVOS TÍTULOS QUE SE ESCRIBEN. ¿CÓMO CONCIBES LA CONTINUIDAD DE ESE DIÁLOGO?


-Hacen falta textos nuevos para la escena, simplemente. Eso es un hecho que ni vale la pena cuestionar. Es difícil escribir para el teatro porque creo que es difícil dar con la fórmula exacta de apresar en términos dramáticos el presente. Hay una crisis con el modelo de representar teatralmente el presente, quiero decir una crisis con un modelo que huya de las consabidas visiones conciliatorias o complacientes, y reformule el mundo que vivimos en una visión que aceptemos como válida y original. Es difícil saber quiénes son los protagonistas de ahora mismo, cuáles son sus palabras más puras, sin retórica, dobleces o lugares comunes. Es difícil construir un personaje que hable por los demás y que aceptemos como posible o como auténtico. El presente nuestro es extraño como es extraño el mundo en el que vivimos actualmente, un mundo despojado del tradicional reparto de ideologías y de utopías, que hay que redefinir quizás como ya lo hizo Heiner Müller en la Alemania anterior a la caída del muro, o Koltès con una Europa muerta y cerrada como un castillo a la impureza del Sur y del inmigrante que viola el recinto del Primer Mundo. Hacen falta textos que nos reinventen sin pedantería el mundo que somos, que nos lo reinvente o nos lo dilucide, nos lo problematice con visceralidad y síntesis nueva. Eso estamos esperando, en eso confiamos. Yo, al menos mientras tanto, pongo mi grano de arena trabajando con otros que puedan ayudar a conformar la visión que necesitamos sea escrita por uno de nosotros. Trabajo con clásicos, con autores contemporáneos que hablen del nuevo paisaje que ha surgido y que el teatro debe definir.
Un teatro sin pensamiento crítico, sin reflexión y agonía, sin la intuición del ser que somos ahora mismo, está lamentablemente incompleto. Lo sé, lo entiendo y dentro de esa precariedad asumida trabajamos por mantener que la escena siga vital pese a todo, preparada para la irrupción de dramaturgias que necesitarán de este relevo algún día. Yo sigo adelante, ahora también doy clases y formo actores, estreno y dialogo. Pienso que continuar es la única solución; crear espacios y poéticas complejas, sensibles, profundas, legar algo todos los días, escribir ese texto entre todos.


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