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El teatro es una biografía


Entrevista a Carlos Celdrán, director de Argos Teatro
Norge Espinosa Mendoza
Los días de enero son siempre, para el teatro cubano, de una especial intensidad y de renovadas expectativas. La noticia de que Argos Teatro prepara, para este mes, su nuevo estreno en el ya habitual espacio donde hemos aplaudido sus mejores montajes, el Noveno Piso del Nacional, sirve de pretexto para que Entretelones coloque aquí, en sus páginas del primer mes, un diálogo con el director de esta agrupación imprescindible. Carlos Celdrán, que alguna vez se graduara como dramaturgo en las aulas del Instituto Superior de Arte, ha respondido a nuestro deseo con respuestas que, cómo no, abren también interrogantes progresivas. En lo que esperamos que la primera función de Stockmann nos aliente en esta conversación, vayan aquí estos parlamentos cruzados, como los dedos de una mano que no desea sino la mejor suerte para ese estreno por llegar.


E: Están a punto de cumplirse los primeros veinte años del Premio Villanueva, un galardón que has obtenido en varias ocasiones, y que ganaste por vez primera casi en los orígenes de este lauro, con un espectáculo que se tituló El rey de los animales. A casi dos décadas de aquel espectáculo, ¿cómo recuerdas al Carlos Celdrán que lo firmó?


CC: Fue lo primero que dirigí propiamente y fue a pedido de Flora Lauten, pues necesitábamos un espectáculo infantil con el que poder movernos por espacios abiertos en una gira que el Buendía tenia programada por todo Oriente; y Flora delegó esta misión de última hora a sus asistentes. Lo hicimos en solo 15 días, en un taller intensivo donde los actores y los músicos del grupo participaron de igual a igual en las propuestas, y en el que mi papel fue conducir, sintetizar y organizar la dramaturgia que iba surgiendo cada día, precipitadamente, del equipo y de las improvisaciones. El lenguaje de aquel trabajo inicial nació de lo que Flora había hecho con La Emboscada, por ejemplo, montaje del que fui espectador siendo aún más joven, y de sus restantes montajes de ese tiempo, donde el juego, la imagen, la fisicalidad, la energía juvenil, acrobática y emocional, de los actores, inauguraron una forma de hacer en esos años, y ahí estaba yo, trabajando dentro de esa tradición, bajo esa influencia y ese imaginario, joven, feliz e inexperto.


E: Formar parte de una poética es una garantía que asegura determinadas búsquedas. Tu proximidad a Flora Lauten y al Buendía que nació con puestas como El pequeño príncipe o Las perlas de tu boca te permitieron reconocerte en una posibilidad específica de crear otro teatro cubano. ¿Qué hay en tu obra actual de esa herencia, de esa poética ya tamizada por otras posibilidades?


CC: Queda lo más esencial que a esta altura ya no es algo estético ni técnico, algo a lo que nunca he renunciado: ver el espectáculo como un expediente donde descargar la biografía de los que lo hacen, el espectáculo como biografía activa, como reacción y testimonio personal ante lo que pasa, como estado de cuentas de cierta gente decidida a involucrarse, a dilucidar, a desentrañar. El teatro contra la impostura, el hábito, la representación solo profesional. Creo en esa carga secreta que logra que, a pesar de las posibles imperfecciones técnicas, el público reciba la fuerza que viene de algo que busca parecerse a los sentimientos y a las ideas de la gente que lo hace. Eso lo aprendí allí y me lo llevé en el disco duro.


E: Recomenzar es, para un teatrista, casi un acto cotidiano. A fines de los 90 eliges un camino propio y fundas Argos Teatro, después de tu primer Roberto Zucco y de una obra tan reconocida como Baal, creada en los sótanos de la iglesia del Buendía. ¿Cómo se produce exactamente la urgencia de esa fundación, desde qué acento propio quisiste organizar esa nueva tropa de argonautas?


CC: Las inquietudes que me llevaron a buscar mi propio camino creo que están ya bastante definidas en lo que últimamente he presentado: ir hacia las historias más que a la defensa a ultranza de un lenguaje escénico determinado, desentrañar con los actores los comportamientos reales que esas historias necesarias requieren hoy, aquí y ahora, y encontrar el espacio y la visualidad precisas que las transparente en cada ocasión, balancear las dicotomías, tan extendidas entonces, entre la palabra y el cuerpo, entre la imagen y el texto. Lo he dicho mucho otras veces: me aburría como espectador con los sectarismos experimentalistas que en parte protagonizaba, y con los falsos academicismos de otras zonas. Me vi obligado a jugar mi propio juego de lo que quería o deseaba ver en el teatro, y eso han sido estos diez años de equívocos y de encuentros, de reaprendizajes y de confusiones. Entretanto se ha creado Argos Teatro, que es un grupo sui generis pues no responde al esquema del grupo como comunidad cerrada y sólida que observamos por ejemplo en La Candelaria de Colombia; ni es tampoco una compañía tradicional con sus estructuras jerárquicas bien establecidas. En mi grupo la gente entra y sale tras cada proyecto, se mueve, alterna con otras experiencias o vuelve pasado un tiempo. En fin, que siempre están, pero en el diálogo y la experiencia profunda que llevan consigo a todas partes como una cultura, no necesariamente en cada ocasión sobre el escenario. Ese concepto permeable, flexible de grupo y digo grupo con toda intención, es algo que ha surgido de la movilidad y la ansiedad de estos tiempos que corren, por lo que aprendí a trabajar y a investigar dentro de esa limitante. Un grupo para mí son las personas que se afinan alrededor de una historia, de un proyecto, en cierto momento y en cierto lugar, el grupo tienes que inventarlo todos los días como a una relación personal, en la exigencia de ser uno mismo en igualdad con los otros, intercambiando técnicas y visiones.


E: Tus puestas se han decantado por un teatro donde la visualidad ya no es lo prioritario, sino la certeza que se alcanza desde el trabajo del actor. En ese sentido, has expresado tu voluntad de acercar miradas contemporáneas acerca de lo que entendemos hoy como el legado stanislavskiano, que te acercan al concepto dinámico que desde Teatro Estudio quiso manejar Vicente Revuelta. ¿Somos, como dices, otra vez hijos de Stanislavski? ¿Es lo que intentas demostrar hoy a tus alumnos?


CC: Empezaré por la pedagogía, ya que hablas de mis alumnos. Comencé a dar clases de actuación en el ISA hace algunos años, casi en contra de mi voluntad. Lo consideraba una distracción de lo fundamental, pero enseguida me sentí muy cómodo haciéndolo. Montar una escena como maestro no tenía nada que ver a cómo la enfrentaba como director. Ser maestro me permitía, y me permite, experimentar, buscar, indagar en el actor sin la tensión extra de defender cierta profesionalidad, cierta artesanía, cierta estética. Me sentí libre para detenerme sólo en el actor y sus problemas más básicos; es decir, en sus tensiones, sus bloqueos, sus problemas de relación y reacción, y a no reparar en las demandas del director que debe trabajar además en otros niveles del espectáculo. El trabajo con escenas, los estudios para actores que empecé a guiar en el ISA, me liberaron momentáneamente de esa carga y me permitieron en lo adelante acercarme más cuidadosamente al trabajo del actor con los textos clásicos y contemporáneos. Enseñar me abrió a zonas de la dirección que no había explorado a cabalidad y que hacía rato estaba bordeando; a soluciones que no había considerado como posibles. Establecí una regla que mantengo todavía: en el ISA soy maestro, no monto espectáculos, sólo trabajo actores, sólo ayudo a actores o a alumnos a encontrar el comportamiento escénico que pide su escena, su situación, ayudándolos a ser más reales y más libres, y esa regla me protegió para ensanchar mi investigación sin el escrutinio externo del público o el mío propio. Ahí entró Stanislavski, pero enseguida se abrió un espectro enorme de nuevas visiones a partir de esa escuela, y de muchas otras colindantes, que cambió paulatinamente mi concepto de entrenamiento, o se ensanchó; fue como volver a empezar. Fue, también, sí, entender más a Vicente y su interés por la experiencia real del actor y su desinterés por lo superfluo.


E: Tu teatro es una galería de antihéroes. Safo, Segismundo, Roberto, Chen-té, los Atridas, Julia, Pasolini. ¿Es esa recurrencia una voluntad o una suerte de espejo de lo que crees que puede ser, desde el teatro, el mundo?


C.C: Encontrar los héroes de tu tiempo, los que te hagan sentirte desentrañado, es bien difícil; pregúntaselo a los escritores que cada día tienen que luchar con esa paradoja que los obliga a caer en clichés, en estereotipos o tipos en la búsqueda del personaje complejo que sintetice eso que creemos pensar que es el presente. Es fácil reconocer en la distancia a los héroes que sintetizan otras épocas, sin los cuales no podríamos explicarnos ciertos momentos de la Historia. Los vemos y nos parecen exactamente lo que debieron ser, incluso nos parece que alcanzaron su visibilidad de un modo natural y espontáneo; pero tú sabes bien lo difícil, lo azaroso que eso resulta para un artista y más para un teatro. Creo que esos personajes que hemos intentado anteponer como tesis de esa idea del presente, son los más interesantes y complejos que hemos encontrado en el camino, aunque reconozco que son, en resumen, bastante limitados para lo que se espera del teatro cubano de hoy. Antihéroes, marginales contradictorios y auténticos, sí, creo que son los únicos posibles.


E: Un espectáculo como Vida y muerte de Pier Paolo Pasolini sobrepasó todas las expectativas que hasta ese momento había alcanzado Argos Teatro. ¿Cómo responder a ese triunfo, a esa recepción tan cálida, desde el corazón mismo de Argos Teatro?


CC: La palabra tú la dices: calidez, fue algo así. Un espectáculo es siempre bien y mal recibido, entendido y rechazado al mismo tiempo, pero con Pasolini pasaba que la gente te daba algo en devolución que superaba esa natural tendencia del público a polemizar ante lo que recibe, de descuartizar y recrear, a su modo individual y colectivo, la experiencia. ¿Era la historia, eran los actores que la entendieron, era el contexto que la cargaba, era la desnudez de los recursos, eran los temas de esa historia, la eficacia de su escritura sintética y minimalista? No lo sé. Yo disfruté ser entendido y llegar a conmover a tanta gente diversa con la verdad imparable y reparadora de esa historia. Lo disfruté mucho por la justicia que hacía a tanta gente y a tantas cosas dañadas, pero no me he dejado mimar como otras veces porque, amén de que ya he aprendido la lección, sé que el trabajo cotidiano de los ensayos es duro e impagado, y que allí de nada te sirve el éxito, que es hermoso pero huidizo y ajeno a tus decisiones. Respondemos con trabajo, con la inseguridad que genera trabajar para los demás, con la fuerza que te da saber que están esperando de ti lo que ellos necesitan.


E: Tras el avance hacia textos brechtianos, autores como Strindberg, Calderón, Azama o Koltés; llegas a Ibsen. A partir de Un enemigo del pueblo levantas ahora Stockmann, tu nuevo espectáculo. Otro clásico. Otro autor foráneo. ¿En qué medida, para salvar desde ya cualquier recelo, puede ser leída aquí y ahora, en este escenario que es Cuba, otra vez, esa pieza?


CC: La estamos leyendo desde nosotros mismos, desde una zona a medio camino entre la cercanía y la distancia. Los sucesos de esa obra pueden dialogar con el presente, sus preocupaciones éticas, su civismo, su poesía social son acuciantes. En fin de cuentas es Ibsen y de paso, es Miller, pues esta versión está basada en la que él hizo durante el Maccartismo sobre el original; pero al final deberá ser nuestra y de nadie más. Y no sólo por los temas que ya están ahí dándonos la hora, sino por el duelo técnico y la intuición que deberán desplegar los actores para que la historia resuene más allá de la superficie de sus sucesos y se adentre en la realidad del espectador. En eso estamos, tratando de que no sea sólo un clásico solemne y distante.


E: En un poco más de tiempo, Argos Teatro cumplirá diez años. ¿Tienes, desde este espacio que es tu sede, una imagen posible de lo que será el grupo cuando alcance ese tiempo de vida?


CC: ¿Qué imagen posible podría dar? No lo sé, diez años o más, ni siquiera me he dado cuenta de cómo han sido. El teatro corre paralelo a lo cotidiano, vives encerrado en un salón de ensayos torturándote por alcanzar un instante, el brillo de un instante. Luego está todo lo demás, claro, pero lo único que existe es ese instante que te espera y que debes alcanzar mañana o pasado mañana. En eso he estado estos años, creo, cazando ese instante, bordándolo, puliéndolo, dándole pelea, y si no me equivoco en eso estaremos los que perduremos.

 

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