miércoles, 8 de marzo de 2006
¿Enemigo público?
Osvaldo Cano
Foto: Pepe Murrieta
Luego del abrumador éxito de Vida y muerte de Pier Paolo Pasolini, Carlos
Celdrán y Argos Teatro regresaron recientemente a escena con un intenso
y polémico texto del prominente dramaturgo noruego Henrik Ibsen.
El estreno de Stockman, un enemigo del pueblo, devino, a un tiempo, homenaje
al autor de
Peer Gynt y Casa de muñecas en el centenario de su deceso y confirmación
de la rotunda validez de la poética elegida por los “argonautas”.
Escrita en 1882, Un enemigo del pueblo es una pieza por momentos confusa
y hasta enmarañada. En ella un hombre, el doctor Stockmann, arremete contra todos
los que le obstruyen el paso, en aras de hacer valer la verdad. Gracias a su
solitaria y estoica lucha va despojándose de su proverbial ingenuidad;
pues descubre la real naturaleza de las relaciones de poder y los amañados
mecanismos de manipulación que las sustentan.
Celdrán trabajó sobre el texto de Ibsen, auxiliándose de
la versión realizada por Arthur Miller hace algo más de medio siglo.
De tal suerte que consiguió enrumbar el conflicto original —enfocado
en la relación contrariada entre el individuo y la sociedad— hacia
el planteamiento de un sólido dilema ético: la lucha entre el poder
y la razón.
En la versión lo que comienza siendo un elemental deber científico,
llega a convertirse en una desesperada defensa del amor propio y una pelea por
la sobrevivencia de valores clave de nuestra especie. Aquí, tal como ocurre
en el original, la verdad es escamoteada y en su lugar se enarbolan las banderas
de los intereses personales. Sin embargo, el director despojó al drama
ibseniano de personajes y episodios proclives suscitar confusiones y capaces
de dotar a la porfía del protagonista de un sentido diferente.
Si la versión es ágil, directa, diáfana, precisa, el montaje
no lo es menos. Pulcritud, un mínimo de elementos, excelentemente aprovechados,
y un diálogo franco y agudo con la realidad, son otros de los méritos
de este espectáculo. Exactitud, síntesis, el uso de recursos propios
del audiovisual —toda una rareza en nuestro contexto—, capacidad
de evocar, de someter a discusión aspectos álgidos del
presente, permiten calificar a Stockmann... como una puesta osada y madura.
El interés por dotar a la escena de un aliento contemporáneo se
hizo perceptible también en los diseños. La escenografía,
de Alain Ortiz, apostó por el minimalismo. Usando una enorme pantalla
denota el paso del tiempo, locaciones o estados de ánimo, a partir de
proyecciones en ella realizadas. El vestuario, de Vladimir Cuenca, nos ubicó en
un aquí y un ahora incuestionables. Al mismo tiempo, abogó por
la informalidad y la utilización de detalles que nos hablaron a las claras
de la real naturaleza, carácter y estatus de sus portadores. Las luces
de Manolo Garriga fueron enfáticas y muestran, sin cortapisas,
la verdadera faz de los acontecimientos.
Entre los afanes del director estuvo la consecución de una labor actoral
que develara el trazado psicológico de los personajes. Esa es precisamente
la brújula que orientó al heterogéneo elenco. En él
sobresalieron Alexis Díaz de Villegas y Pancho García: el primero,
llevó adelante un Stockmann sincero, sin visajes ni subterfugios, haciendo
especial énfasis en los contrastes de este carácter y subrayando
acertadamente las transformaciones que en él se verifican; el segundo,
nos propuso un alcalde mañoso y seguro de sí mismo. El intérprete
derrochó sinceridad al tiempo que hizo gala de una depurada técnica.
Beatriz Viña resolvió con coherencia y desenfado el rol
que le es asignado.
José Luis Hidalgo volvió a dar muestras de oficio y talento al
encarar a un contradictorio periodista. Waldo Franco sacó a relucir atinadamente
la verdadera naturaleza de Aslaksen. Yailín Coppola se desenvolvió con
una mezcla de energía y sentimiento. Fidel Betancourt aportó la
creíble imagen de un individuo lleno de dobleces. El resto del
elenco asume con eficacia las tareas que les son encomendadas.
Con Stockmann... Carlos Celdrán vuelve a protagonizar un suceso teatral
de relevancia. Claridad en los presupuestos de dirección, una fábula
diáfana e interactiva con respecto a la realidad y un elenco sabiamente
guiado, ubican a este espectáculo entre lo mejor de la escena cubana contemporánea.