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La Habana, lunes 6 de marzo de 2006. Año 10 / Número 65

 

Un Ibsen actual y amplificado
Amado del Pino

foto: Franco Bozzo
A cien años de la muerte del gran dramaturgo noruego Henrik Ibsen su obra sigue siendo objeto de estudio y fuente de inspiración para buena parte del teatro occidental. Ahora Carlos Celdrán —un nombre esencial dentro de la escena cubana de la última década— lleva a las tablas, con su Argos Teatro, Stockman, un enemigo del pueblo. El espectáculo, en el noveno piso del Teatro Nacional, parte del texto que Ibsen dio a conocer en 1882, pero asume también la pauta de la versión que en los años cincuenta realizara el ya también clásico Arthur Miller.
Estamos ante una obra profunda y de una amplia gama de matices ideológicos. Valdría la pena —en otro lugar y con suficiente espacio— revisar la actualidad del legado ibseniano y de algunas de las ideas que se han vertido sobre sus conceptos sociales. Hasta hace poco se citaba con frecuencia el libro de Plejanov, Ibsen revolucionario pequeño burgués. La grandeza del drama radica en que, sea una u otra la posible interpretación histórica, está aquí la encrucijada del individuo que defiende la verdad a cualquier precio; late un llamado a buscar debajo de las apariencias o las actitudes coyunturales los mecanismos más hondos que mueven la conducta del hombre.
Celdrán logra mantener la densidad conceptual a pesar de que aligera notablemente la carga verbal de la obra. Otra vez se nos revela como un maestro en las composiciones escénicas y resulta virtuosa la fluidez con que nos pone a transitar de un espacio y de un momento a otro. La escenografía de Alain Ortiz y el diseño de vestuario de Vladimir Cuenca brillan precisamente por la sobriedad. Destaque especial merece Manolo Garriga por la sabiduría del diseño de luces y, sobre todo, por la efectividad de las imágenes que inundan el escenario en un momento decisivo de la puesta. La banda sonora apoya y contrapuntea de forma límpida y sin excesos la poderosa carga emotiva del montaje.
Es esta una obra que ha dado lugar a grandes actuaciones. Vale recordar que el maestro Stanislavski encontró en el rol de Stockman una de sus realizaciones fundamentales como actor. Aquí el protagonista es asumido con notable organicidad y hondura por Alexis Díaz de Villegas. Alexis se ratifica como un intérprete que llega a depurados registros sentimentales y a la comunicación de ideas a través de un primoroso entrenamiento. Conmovedor resulta también el desempeño del consagrado Pancho García. Pocas veces en nuestra escena dos intérpretes logran un intercambio emocional y físico tan comprometido e integral. Beatriz Viña ofrece muestras del encanto y la precisión que he elogiado en sus anteriores desempeños, pero su personaje —desde el original, mucho menos contrastado y rico que el de los hombres en debate— deja una sensación de entrega incompleta. Si algo podría pedírsele a esta rigurosa versión es que hubiese buscado mayor variedad en las motivaciones de la señora Stockman. Beatriz trabaja una singularidad en la voz y trata de sostener un desenfado gestual que no está totalmente sustentado por el argumento.
En el resto del elenco José Luis Hidalgo vuelve a convertirse en un aporte sustancial para los espectáculos de Argos Teatro, aunque esta vez deberá cuidarse de la repetición de risas un tanto mecánicas en la primera media hora del espectáculo. Yailín Coppola logra una hija convincente y apasionada, mientras Waldo Franco y Fidel Betancourt contribuyen con el ritmo y la eficacia del montaje.
Aplausos para este homenaje cubano a Ibsen que se ha convertido en un acontecimiento de público, a pesar de que los espectadores hemos tenido que "escalar" los nueve pisos del Teatro Nacional. Ojalá y pronto se restablezca el ascensor para que los de más edad o los que padezcan alguna limitación en sus piernas puedan también entrar a este noble espacio de arte y reflexión.

 

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