Mayo Teatral en La Habana

David Ladra

(...)Quedaba por ver el montaje que resultaría ser el plato fuerte del Festival, el Baal de Bertolt Brecht representado por Argos Teatro bajo la dirección de Carlos Celdrán. Había expectación por ver cómo se enfrentaría Celdrán a esta obra cumbre de la época expresionista del joven Brecht en cuanto que, con Flora Lauten y Nelda Castillo, Carlos ha venido constituyendo el núcleo director del Teatro Buendía, la otra gran compañía, con Teatro Estudio, con tradición y prestigio en La Habana.
 
Hace unos años presencié un montaje del Baal realizado por el Berliner Ensemble en su primera, y por ahora única, visita a Madrid. Tengo que confesar que, aún con el respeto reverencial que siempre concita el conjunto formado por Bertolt Brecht y Helene Weigel, el montaje no me terminó de convencer. Se trataba de una versión canónica de la pieza, más propia de lo que terminaría siendo el teatro épico del autor que de esa su primera fase creativa en la que Brecht aporta una arrolladora corriente lírica a la ya de por sí potente vena del teatro expresionista alemán (Barlach, Bronnen, Kaiser, Toller...) que ya descubriera Büchner a principios del siglo anierior. Por otra parte, el actor que representaba, espléndidamente por cierto, el papel de Baal estaba más que puesto en edad y daba así a su personaje un estilo más acorde al de un maduro Galileo Galilei que al de un arrebatado y arrebatador joven poeta inmerso en las más negras profundidades de lo que terminó siendo una generación maldita.

Y en las profundidades estábamos también nosotros aquella noche del mayo habanero, apelotonados y medio asfixiados por el calor, en un sótano del edificio del Nuevo Vedado en el que el Argos Teatro suele celebrar sus representaciones. Como por ensalmo, las incomodidades cesaron en cuanto comenzó la representación. Porque, como hiciera Vicente Revuelta en la La zapatera lorquiana, Carlos Celdrán nos estaba poniendo en escena, sin duda, la versión primigenia del Baal que en su día habitara en la mente de Brecht. De un Brecht que, a sus veiticuatro años de edad, nos habla no de viejos barbones sino de una juventud que, entre dos guerras deambula desorieniada por un tiempo, el de la Alemania de los "felices veinte", que es tan quebradizo como el cristal. Y es que, del mismo modo que la obra pictórica de Grosz se va a desarrollar más tarde casi paralela a los contenidos de su teatro épico, tal vez sea El grito de Munch el cuadro que más lucidamente represente la reacción de Brecht-Baal ante la insensatez de la época en la que les tocó vivir.

Es esa juventud "descarriada" la que Carlos Celdrán nos trae a escena. Pero, ¡oh sorpresa!, resulta que sutilmente manejados por su montaje, han corrido los años, y que esa juventud de aquel entonces es ahora la nuestra, la de los "felices noventa", inmersa en los mismos, si no más acuciantes, problemas. Esa juventud, esas tribus urbanas, que pueblan por la noche las plazas y las calles de Madrid, de Lisboa, de Napóles (¿y de La Habana?) aferradas a sus litronas de cerveza y a sus dosis de estupefacientes. Una juventud que, arrancada de raiz de su pasado gracias a los denodados esfuerzos de un sistema educativo deliberadamente marrullero y abocada a un futuro-caja de Pandora plagado de inseguridad e incertidumbre, vaga desorientada por entre las apariencias y los fastos de esta pretendida edad de oro, hábilmente manipulada por la mano invisible del mercado y groseramente desalfabetizada por los medios de comunicación. Una generación que, en contraposición con la de Baal, calla por el momento. Claro a aquellos jóvenes los exterminaban en las trincheras y a estos los devora el televisor, pero no sería de extrañar que la reacción de los más lúcidos de sus miembros termine siendo un día - que espero sea próximo - muy similar a la que fue de los de la de Baal, a ese aullido del grito y de la rebelión de donde nace el Arte y se pone en acción la portentosa máquina de la Historia.              

Esa es la reflexión que surge del apasionado, deslumbrante y eficaz juego escénico de los jóvenes actores de Argos Teatro. Carlos Celdrán los dirige con maestría, y música, luces y vestuario están por encima de cualquier expectativa. Un Brecht visto desde el Caribe que resulta ser un Brecht genuino. No es de extrañar, en cuanto que el verdadero teatro -Sófocles, Shakespeare, Brecht- se hace siempre presente a quienes con su inteligencia y su trabajo saben transponer el sentido que ayer lo hizo universal a las circunstancias de hoy en día.

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