martes, 3 de agosto de 1999

En el noveno piso se desnudan las almas


Amado del Pino
 
Utilizo sin remilgos el término rotundo: La puesta en escena de El alma buena de Se Chuan constituye un acontecimiento en el panorama de la escena cubana contemporánea. Desde la dedicatoria al histórico móntaje de Vicente Revuelta, en 1958, todo en este espectáculo transpira talento, buen gusto y solidez dramatúrgica.
 
La teatróloga Vivían Martínez Tabares y otros especialistas han insistido en la decisiva Influencia de Bertold Brecht en el tealtro cubano. Ahora —pasada la fecha exacta del centenario y sin nadar en favor de tendencias de moda— Carlos Celdrán retoma uno de los más inteligentes y conmovedores textos brechtianos. El bien y el mal; la sinceridad y el oportunismo, el amor y la ingratitud se yuxtaponen en la flexible estructura de la obra.
 
Celdrán—formado en el rigor y la noble irreverencia de Teatro Buendía— acierta al no demorarse en añadidos y "aportes". Está la letra íntegra del autor de Madre coraje y sus hijos. La actualización se da aquí mediante subrayados y matices bien escogidos.
 
El ámbito sobrio y por momentos incómodo del noveno piso del Teatro Nacional, es aprovechado por la puesta, que dinamita los laterales y alcanza un nítido virtuosismo en el manejo de los diversos planos escénicos. Eficiencia y maestría hay también en la alternancia entre palabra y silencio. Los ruidos, la música, el estudiado peso de las pausas recuerdan que pueden ser "per-sonajes" de importancia.
 
En tiempos de elencos reducidos, y muchas veces empobrecidos, Argos Teatro nos ofrece un trabajo de compañía, con un alto nivel actoral. Zulema Hernández logra una interpretación electrizante. El público —en esle espacio más tangible que nunca— la ve pasar del alma buena ala otra cara de la moneda, ese primo pragmático que no logra asumir la sombra de la entrañable muchacha. Zulema logra conmover con su precisión gestual y con una envidiable capacidad para dibujar las emociones y detenerse en la frontera de lo melodramático.
 
El resto del colectivo funciona coherentemente, aunque en las breves y escasas situaciones en que el alma, buena o perversa, se aleja de la acción, se produce una inevitable caída del interés. Ezequiel Verde aporta una imagen fresca y vigorosa. Su carisma se impone sobre todo en la deliciosa escena en que su aviador se baja de la horca para entregarse fugazmente al amor. Alexis Díaz de Villegas hace alarde de una rotunda voz, eficazmente utilizada. Destreza también regala José Luis Hidalgo con un entrenamiento físico y vocal envidiables. Las más fogueadas Verónica Díaz y Esther Cardoso demuestran profesionalidad y entrega, pero Esther resulla un tanto repetitiva. Verónica no alcanza en su personaje de la segunda parte la fluidez y el encanto de la desenfadada vecina del primer acto.
 
Aunque no sean cómodas las gradas del noveno piso del Teatro Nacional, aunque el agua de la que se habla en la obra le provoque una sed lileral, le recomiendo a voz en cuello El alma buena de Se Chuan , que se presenta, al filo de las ocho y treinta de viernes a domingo. La puesta de Carlos Celdrán es como para decir que si hay varias puestas así en el año, se salva en La Habana la raíz del aplauso.

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