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Edición No. 342


Chamaco por dentro
Por Abel González Melo
Fotos: Jorge Luis Baños

Apenas con dieciocho años vi por primera vez un espectáculo de Carlos Celdrán. Ante la puerta del sótano del Buendía un grupo de actores invitaba a presenciar una función de Baal. Mis sentidos, poco entrenados entonces en lides teatrales, advirtieron los cuadros sucesivos, los colores y las luces, la música. Pero lo que más llamó mi atención fueron los rostros y las voces de esos muchachos que defendían la fábula, incorporando los personajes de Brecht con ansiedad y alma.

Desde entonces he sido un espectador permanente de Argos Teatro. He visto cada una de las puestas de Celdrán en los once años de vida de su colectivo, obras tenazmente unidas a la vida cubana de ahora mismo más allá de los textos clásicos que sirvieron de base para su construcción: El alma buena de Se Chuán, La vida es sueño, La señorita Julia, Roberto Zucco, Vida y muerte de Pier Paolo Pasolini, Stockman… Partituras donde el actor ha sido núcleo de indagación.

No abunda en nuestro panorama el estudio en torno al actor, menos aún enfocado desde él mismo. A punto de concluir la segunda temporada de mi obra Chamaco (que Celdrán dirigiese en Argos Teatro como primera pieza cubana dentro de su devenir y que se estrenara en mayo de 2006 en el Teatro Nacional de Cuba), empecé a imaginar de qué modo perpetuar (de la forma ilusoria en que pueden ser perpetuadas las cosas en la vida) la sangre del espectáculo, la extraña fuerza que cada noche propició la narración ante el público, el fervor de las voces y los cuerpos de los actores. Junto al video o las fotografías o las reseñas que quedan en las revistas, pensé que sería útil escuchar las reflexiones de los ocho intérpretes que durante mayo y junio de 2006 dibujaron esta historia sobre nuestra Habana en la salita de Ayestarán y 20 de Mayo.

Para mi sorpresa, ya que los actores son más dados a construir sus roles en escena que a teorizar, todos accedieron a comentar acerca de sus procesos individuales dentro de Chamaco. (Faltan aquí las opiniones de Fidel Betancourt, Laura Ramos y Caleb Casas, quienes protagonizaron la obra en la temporada de estreno) A continuación transcribo los testimonios tal cual los dictaron a mi grabadora, en el orden que se sucedieron las entrevistas a lo largo de las horas previas al comienzo de las funciones.

Yasmany Guerrero. Con Miguel Depás me inicio en el teatro, es mi primer protagónico. He descubierto en él al joven cubano actual, con sus sueños, frustraciones, sus ganas de salir adelante en la vida, la lucha por hallar una vía que le solucione sus problemas, adquirir una buena preparación o percibir un modo de arribar a su meta. Enfrentarse a su familia es en este caso enfrentarse a la sociedad. La muerte de Miguel en la obra es de un simbolismo muy fuerte. La pésima relación con su padre, acrecentada día tras día, lo impulsa tal vez inconscientemente a esa muerte en el Parque Central mediante un juego de ajedrez. No tiene dinero para apostar y de todas formas se arriesga. Me he preguntado por qué lo hace, esa ha sido una de mis obsesiones durante el proceso. No tiene un quilo en el bolsillo pero se toma una cerveza y juega. Es como una muerte buscada, perseguida, es su escape.

Javier Fano. Kárel Darín llega de una provincia del interior del país y se instala en la casa de su tío en La Habana, tío con características muy especiales. Está pasando por una mala racha, sin dinero, el tío le exige el pago de un alquiler. La forma que encuentra para hacer dinero es prostituirse. No tiene oficio, si ha estudiado algo eso no se sabe. Kárel no tiene nada que ver conmigo, me costó trabajo su construcción porque yo, como persona, hubiera buscado otras alternativas ante su situación. Pero entiendo que es posible esta conducta y que puede reflejar una parte de nuestra sociedad, de jóvenes que necesitan ser avisados pues de otra forma tal vez no tengan escapatoria. Trabajé junto a Celdrán sobre todo en la búsqueda de un personaje real, con gestos y miradas específicos. Y por supuesto el mundo interior, por qué Kárel ama, qué es lo que realmente él puede amar. Con algo no estoy de acuerdo y es que a Kárel sólo le ocurren cosas malas, siempre se está dando trastazos, golpes, y yo hubiera deseado que le pasara algo bueno en la corta vida que tiene dentro de la obra. Desde que mata a Miguel al inicio en el juego, todo lo que le cae encima es sufrimiento, es negativo.

Deisy Sánchez. Roberta López, la guardaparques, está muy lejos de mí como personalidad, de modo que no pude establecer el puente habitual entre yo como persona y ese carácter. He trabajado mucho en el teatro a las mujeres solas, pero Roberta está además muy desvalida. Después de muchos caminos se decidió que fuera una mujer rodeada de una máscara dura, que nada le interesa salvo su supervivencia. Para ella no hay esperanza, su locura es el centro de la verdad que se ha creado para seguir viviendo, para subsistir. No tiene aspiraciones ni a largo ni a corto plazo. No tiene edad. Aunque es un personaje muy corto, es súper importante ya que introduce la historia ante el público al relatarle los sucesos al policía. Yo sí me construí una biografía particular que me obligara a mirar el personaje más desde adentro. Como ejercicio de actuación me ha aportado el reencuentro con el silencio orgánico, estar obligada a permanecer sobre el escenario con acciones y sin textos, observando el juego de ajedrez, o al travesti, o al padre, justificando todo el tiempo mi presencia. Mi mayor aporte como actriz a este rol, creo que ha sido hacer a Roberta presente, visible en la fábula, que el público la recuerde, que le sea un personaje cercano y verosímil. Es mi primera labor con Celdrán y Argos Teatro. Carlos le permite al actor un espacio de libertad excelente y cuando lo cree oportuno empieza a guiarte desde los detalles, puntualizando matices o hablando del tono de una escena en general. Yo soy una actriz muy expresiva y el director, en un momento, me pidió empezar a recoger hacia adentro de mí todo el material que se obtuvo en las improvisaciones: contención. Ha sido una experiencia muy rica.

Pancho García. Desde que leí Chamaco por primera vez sentí una compasión muy grande por el personaje de Felipe Alejo, el tío de Kárel. A pesar de ser tan complejo uno puede desentrañar sus motivaciones, su mundo. Es una felicidad para un actor interpretar a un ser contradictorio, y a la vez con una actitud ante la vida y una forma de expresarse tan clara, tan nítida. Aunque lo compadezco, lo entiendo: su afán por perseguir al muchacho, por amar en él algo que lo saque de su soledad, de la suciedad en que vive, y por tanto la venganza que se propone al hacer la denuncia a la policía. Comparto con Felipe los espacios de su soledad, comprendo que es una especie de hombre que representa una clase venida a menos, reminiscencia de otros momentos, en él confluyen muchos fragmentos de vida. Hay cosas de mi desamparo presentes en mi construcción de Felipe, y cada noche vivo y sufro la función porque siento que me explico a través de ella, de mis dos duras y terribles escenas. Me obliga a explicarme emocional, visceralmente. El hecho de que Celdrán haya dirigido Chamaco ha sido estupendo: él abre puertas, libera, da pautas pero no aprisiona en ellas. Traza una línea sobre la cual me es posible cada noche revivir la angustia, la desesperación de este sujeto, componerlo distinto cada vez para que no se muera sobre el escenario, para que produzca siempre ese efecto de dolor mezclado con patetismo con que el público lo recibe. Disfrutar el silencio y el abandono de Felipe dentro de este montaje, ha sido un hallazgo y una felicidad para mí como actor. Me siento muy dichoso de haber participado en este proyecto y de defender esas palabras, tan importantes dentro de la dramaturgia, el teatro y la vida de Cuba hoy. Es un deber del dramaturgo sacar cosas a la luz, es más honrado mientras más indaga en su realidad.

Yailín Coppola. Silvia Depás representa una mujer cubana, ubicada a medio camino entre su vida profesional y su vida familiar, con el dilema que en muchos casos el enfrentamiento entre estos dos polos conlleva. Me identifico con Silvia por eso, está obligada a mediar, a ser el puente entre su padre y su hermano, en una familia donde los sentimientos parecieran estar lacerados, lastrados. Se parece mucho a mi vida personal y eso como actriz me resultó útil, enlazar elementos de mi biografía con la de Silvia. Lo único que no admiro de ella es su pesimismo radical, después de la muerte de su hermano, según indica la obra, no se cerró un capítulo de su existencia sino su vida toda. En su monólogo leo toda su tristeza, pero no con el ánimo de voy a hacer ahora lo que no pude, sino todo lo contrario: se me cierran las puertas, mi única alegría era mi hermano y ya no lo tengo. Silvia es lamentable en ese sentido como mujer, por eso en cada función es agotador vivir el monólogo donde ella se repasa: un instante único. De ahí que me prepare muy especialmente para esa escena, la última que ella tiene en la cronología de la historia: lleva una línea interior muy especial, me exige como actriz pasarme la cuenta todos los días, hacer un ajuste conmigo misma, con mis conflictos. Eso hace que yo entre en un estado donde puedo comprender qué le ocurre a Silvia. Celdrán fue mi profesor en el Instituto Superior de Arte (ISA) y ahora es mi director, le debo mucho, me ha enseñado qué recursos utilizar para llegar a ese estado de una manera orgánica. Chamaco me ha convencido de que hay que vivir al día, disfrutar los momentos. Yo no quiero ser como Silvia Depás. Es monstruoso: a la par que es tierna y buena, ella manipula a Kárel como mismo su padre y su hermano la manipulan a ella, para sentirse superior, para evadirse. Silvia me ha demostrado también toda la crueldad que alberga el ser humano.

José Luis Hidalgo. Cada vez que trabajo con Celdrán intento buscar puntos de contacto con mi realidad. Aunque el texto posea un nivel de sugerencia, en las puestas de Argos se persiguen siempre lecturas vinculadas con nuestro entorno, nuestra vida. En este caso Chamaco es una obra cubana y esa aproximación resulta mucho más clara. Yo he trabajado a Saúl Alter basándome en un tipo de policía muy específico, concreto, que puede encontrarse en las calles de la ciudad. Quizás no he vivido las situaciones exactas por las que transita el personaje en Chamaco, pero sí he utilizado para construir a Saúl elementos de mi estancia en la beca, historias de la propia calle, signos de violencia o comportamientos que están presentes en la cotidianidad. Como actor no tengo fronteras, ni creo que interpretar un personaje con rasgos negativos pueda afectar la imagen de uno. Durante la obra vivo los momentos y me olvido de lo demás: el teatro busca las esencias de la vida y si uno se enmascara y se enmascara, entonces pierde la esencia. Mi esencia tiene que ir más allá de lo que piense sobre un personaje: hacerlo creíble, con fuerza, con pasión. Escapar de los tabúes, porque con tabúes no hay limpieza ni rigor. Un personaje que en principio parece alejado, si lo desarrollas con profundidad a la larga te demuestra que tiene mucha relación contigo, que hay facetas, puntos de contacto que no imaginabas. En vez de poner ladrillos para construir la casa, se trata de quitarlos para ver qué hay dentro.

Ulises Peña. La Paco se ha armado como un ser humano, huyendo de los estereotipos y explorando en sus necesidades, sus conflictos, sus miedos. He estudiado mucho la psicología de los travestis, conversar con ellos, investigar. Hacen un sacrificio para compensar determinadas ansias y eso los convierte en seres muy ricos, contradictorios, desde su psiquis. Hay una renuncia al cuerpo para hacer feliz la mente. Esto genera un tipo de comportamiento que es difícil de traducir en términos dramáticos, ya que en su propia esencia los travestis son teatrales, o ya el hecho de transformarse implica una circunstancia de representación. La escena de inicio de la obra me ha costado mucho trabajo: cómo hacer creíble que al descubrir a Miguel muerto La Paco diga esa larga parrafada donde mezcla tantas cosas distintas. Es muy teatral pues en la vida real tal vez eso no ocurriría. Celdrán insistió en que se buscara cómo el texto podía decirse como algo cotidiano. Creo que he conseguido un trabajo serio, que no es una caricatura. Me encanta que, al concluir la función, nadie identifique mi rostro con el de La Paco.

Fernando Hechavarría. Con Alejandro Depás me ocurrió algo interesante: Carlos Díaz me llamó y me dijo: te van a proponer un personaje hecho a tu medida, no digas que no. Era la opinión de un gran amigo y de un director que respeto, con lo cual pensaba muy en positivo al recibir el texto. Leí Chamaco. Es un poco pretencioso pensar que está escrito para mí, pero sí se encuentra en el perfil de esos caracteres que uno aspira, añora hacer, cuando comienza a sentirse maduro. Indiscutiblemente ha sido un hito dentro de mi carrera como actor, no sólo teatral. Tiene una cantidad de aristas, de matices disímiles y contradictorios, que es un reto. La perspectiva con que miro ahora las dos versiones de Chamaco,en 2006 y 2007, da la medida de cuán difícil y riesgoso es el trampolín en que me subí con Alejandro Depás. En la primera versión, incluso cuando quedó bien y fue valorada, hubo elementos de mi personaje que no estuvieron claros para mí, que no pude desentrañar en su totalidad, y ahora he tenido la posibilidad de apreciar con un prisma mucho más justo cómo el trabajo se ha enrumbado con mayor precisión. Lo que hace poderoso a Alejandro es su contradicción vital, es un ser humano profundamente controversial. A través de él se aprecia un espejo de la sociedad cubana donde los tabúes, la doble moral, las máscaras, son un problema básico. Cuando empecé a montar Chamaco me sobrevinieron dudas acerca de ideas que uno habitualmente tiene asentadas en la mente, por ejemplo: ¿cuál es nuestro canon de la perfecta familia, del padre ideal? Y cada día, cuando hago la obra, me cuestiono hasta qué punto he podido complacer o me he equivocado en mi propia vida, con mis hijas. El personaje me ha ayudado a cuestionarme y, por tanto, a crecer. Trabajar con Celdrán era un deseo grande y la experiencia ha sido sorprendente y reveladora para mí. Su ahínco con el intérprete es impresionante, todo el preciosismo, el bordado del personaje, la pericia con que es capaz de acercarse y hacer sugerencias y sacar lo exacto, lo preciso del actor. Argos Teatro es un grupo loable y Carlos Celdrán es una joya que hay que preservar y cuidar muchísimo.

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